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El espía que no volvió del frío

El exiespía de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) Edward Snowden mantiene una cantidad de información comprometedora qupodría convertirse en "la peor pesadilla" para Estados Unidos si fuera revelada. Ese es su seguro de vida.

Walter Goobar
En la inhóspita habitación de la sala de tránsito del aeropuerto de Moscú en la que pasó casi tres semanas, Edward Snowden tuvo tiempo suficiente para comprender que nadie escapa a su pasado y recordó que muchas veces el agente más difícil de controlar siempre es uno mismo. Su nombre en clave ya no importa, porque, desde que decidió dejar el anonimato y la clandestinidad que exige el segundo oficio más antiguo de la Historia –después de la prostitución–, su foto y su verdadera identidad se han repetido hasta el cansancio. Sólo el rugido de los aviones al despegar y aterrizar interrumpe el insomnio y el interminable paso de los días y las noches, pobladas de recuerdos de la cómoda vida que ha dejado atrás en Hawai. Siempre había querido ser un héroe, y eso lo había llevado a denunciar desde el anonimato los alcances del programa de vigilancia Prisma y, más tarde, a doblar la apuesta autorizando a los periodistas de The Guardian que revelaran su identidad, convencido de que no es él quien está cometiendo un delito, sino el gobierno de los Estados Unidos con el montaje de un sistema de espionaje masivo y universal.
El fugitivo sabe que la central de la NSA (Agencia Nacional de Seguridad) está al borde del pánico. No le costaría mucho esfuerzo adivinar cuál sería la reacción de sus antiguos empleadores y se podría resumir en una frase: “El traidor debe morir”. Seguramente ya habían desplegado varios equipos de “limpiadores” que es como se conoce en la jerga a los sicarios encargados de asesinar –sin dejar rastros– a los agentes que se salen de control. Por eso, ha repartido archivos entre personas en varias partes del mundo, que los revelarán “si algo sucede”.
Washington le ha cancelado el pasaporte y dictado orden de captura, pero nadie puede descartar que a esta hora el presidente Barack Obama no haya firmado una orden ejecutiva ordenando que sea colocado en la lista de blancos de los “asesinatos selectivos” que Estados Unidos viene perpetrando en distintas regiones del planeta con los mortíferos drones no tripulados.
Varias veces durante esos dramáticos días en que se convirtió en un paria indocumentado cuya cabeza tiene precio se preguntó si lo suyo había sido un acto de heroísmo. Por el momento, no tenía la respuesta.
Con sus 30 años cumplidos dos días antes de quedar varado en Moscú, él había abrigado la ingenua idea de que una vez cumplida su misión de denuncia podría perderse modestamente en la sociedad a la que había protegido. Pero en este momento, su suerte es más parecida a la de aquellos refugiados políticos que sólo en el último segundo son arrebatados de las fauces de sus perseguidores.
Pero lo que le espera no es fácil de imaginar. Viene cosechando fracasos inexplicables. Cuando Ecuador retiró la oferta de darle refugio, el espía pidió asilo en Rusia, pero el premier Vladimir Putin le puso como condición “que dejara de perjudicar a sus socios americanos”. La letra chica de ese leonino contrato implicaba que Snowden cesara su campaña de denuncias y comenzara a colaborar con los servicios secretos rusos. Las palabras de Putin todavía resonaban en el cerebro de Snowden cuando éste decidió rechazar la repulsiva oferta rusa. De inmediato, cursó pedidos de asilo a una veintena de países. La mayoría rechazó el pedido con el burocrático argumento de que debía estar en su territorio para tratar el caso. Su única compañía era Sarah Harrison, de WikiLeaks.
La suerte de este hijo de un oficial de la Guardia Costera y una empleada del Tribunal Federal de Distrito de Maryland que se confiesa budista, pareció haber quedado librada a la buena de Dios. Nadie parece dispuesto a extenderle un salvoconducto para salir de una cada vez más impaciente Rusia.
En mayo de 2004, poco después de la exitosa invasión estadounidense a Irak, Snowden se alistó en el ejército de los Estados Unidos. Saddam Hussein era el villano de turno y los norteamericanos se desayunaban cada mañana con los detalles de la cacería del malvado que supuestamente había amenazado al mundo con las armas de destrucción masiva que Washington falsamente le atribuía. El patriotismo mal entendido, que es más común que la gripe en Estados Unidos, lo llevó a incorporarse a las Fuerzas Especiales, pero una fractura en ambas piernas durante un entrenamiento truncó definitivamente su carrera como boina verde. Pasó a trabajar como guardia de seguridad para unas instalaciones secretas de la NSA en la Universidad de Maryland. En esa época se enteró de que la CIA estaba jubilando a los últimos rezagos humanos de la Guerra Fría y ahora reclutaba expertos en seguridad informática para alimentar los programas Echelon y Carnivore, anticipos del ahora famoso Prisma.
Las nuevas guerras se libraban frente a monitores, empuñando joysticks y comandando aviones no tripulados.
El puesto le venía como anillo al dedo. Al terminar su primer curso de preparación, Snowden estaba dispuesto a salvar al mundo, aunque para ello tuviera que espiarlo de un extremo al otro.
En 2007, la CIA lo destinó a Ginebra, Suiza, como agente con protección diplomática. Allí era responsable de administrar la seguridad de la red informática. En 2009, pasó a trabajar para una consultora privada dentro de unas instalaciones de la NSA en una base militar estadounidense en Japón.
En esos destinos conoció las entrañas de la cloaca cibernética orwelliana, que incluía los acuerdos secretos entre el gobierno de Barack Obama y su aparato militar y de seguridad con los servidores de los nueve grandes proveedores de Internet.
La propia NSA fue autorizada por el gobierno de George W. Bush a conectarse de manera furtiva con los cables de fibra óptica que entran y salen de Estados Unidos, y sin autorización de orden judicial alguna viene monitoreando las conversaciones telefónicas privadas de los estadounidenses y extranjeros, sus correos electrónicos, conferencias por video, chats, blogs, páginas de Internet y transacciones bancarias.
La verdad es que Prisma es un programa relativamente menor de un esfuerzo mucho más amplio de recopilación de información electrónica, que incluye satélites, submarinos, drones y al avión experimental X-37.
La ciberguerra que la NSA libra desde las sombras no tiene nada que ver con el combate al terrorismo o el crimen organizado, sino con la preparación de un mapa mundial de objetivos en futuros escenarios de ciberguerra, en la cual se podrá borrar fácilmente a cualquier enemigo del mapa digital.
Cuando Snowden abandonó Estados Unidos en mayo de 2013, había estado trabajando para el contratista de defensa Booz Allen Hamilton durante menos de tres meses, como administrador de sistemas, dentro de la NSA, en Hawai. Vivía una vida muy cómoda con su novia y percibiendo un salario de unos 200.000 dólares anuales.
“Ni el mejor espía del mundo tiene valor alguno cuando su información no es bien utilizada”, había mascullado antes de emprender ese camino sin retorno que ahora lo tenía varado en Moscú. En la turbulenta vida de un oficial del servicio secreto a veces no hay lugar para una despedida elegante. Cuando abandonó Hawai dejó pocos rastros de sí mismo en el entorno virtual; mínimos detalles sobre su familia y no dejó nuevas fotografías, o actualizaciones de Facebook o Twitter, si es que tenía una cuenta, y ninguna relación con compañeros de la escuela secundaria.
Pidió licencia de su trabajo como consultor de la NSA en Hawai, con el pretexto de recibir tratamiento para su epilepsia en Hong Kong. El 20 de mayo, voló a Hong Kong, donde ya había estado de vacaciones con su novia, y empezó a filtrar documentos secretos.
Del alud de revelaciones lo novedoso fue el nombre Prisma del programa de la Agencia de Seguridad Nacional (especializada en espionaje electrónico y vigilancia de servicios de comunicación, y vinculada al Cibercomando del Pentágono establecido en 2009, que dirige el general Keith Alexander, también jefe de la NSA), su alcance planetario y la fecha de inicio: 2007.
Para justificar la filtración, Snowden esgrimió razones de conciencia: “No puedo permitir al gobierno de Estados Unidos destruir la privacidad, la libertad en Internet y las libertades básicas de la gente de todo el mundo con esta gigantesca máquina de vigilancia que están construyendo en secreto”. “No quiero vivir en una sociedad que hace este tipo de cosas... No quiero vivir en un mundo donde se registra todo lo que hago y digo. Es algo que no estoy dispuesto a apoyar o admitir”, le dijo a The Guardian.

El 26 de junio de 2013, Nicolás Maduro le ofreció asilo político si se lo pidiera por razones humanitarias: “Si nos lo pidiera, lo pensaríamos y casi seguro se lo daríamos. Porque el asilo político es un derecho humanitario para proteger a los perseguidos. Es un muchacho que no ha puesto bombas ni ha matado a nadie”, dijo el presidente de Venezuela.
De todos modos, no será sencillo atravesar los 10.900 kilómetros que separan Moscú de Caracas: si Barack Obama fue capaz de ordenar el cierre del espacio aéreo en cuatro países europeos ante la mera suposición de que Snowden podría estar a bordo del avión del presidente Evo Morales, no vacilaría tampoco en despachar aviones caza para obligar a aterrizar a cualquier avión comercial ruso, cubano o venezolano que se atreviera a abordar. Sus vías de escape se están agotando.
Otra alternativa, mucho más cara y no del todo riesgosa, sería contratar un jet privado, capaz de llegar hasta Caracas desde Rusia sin hacer ninguna parada en el camino hasta el país de asilo. Este tipo de vuelos puede costar unos 155.000 euros, un precio que quizá WikiLeaks no puede afrontar sin la ayuda de algún benefactor al que Estados Unidos le caiga antipático.
Diecinueve días después de llegar a Rusia, Snowden dio la cara y mantuvo una reunión con una decena de representantes de organizaciones no gubernamentales en el aeropuerto de Sheremetievo. Ellos lo convencieron de que prometiera guardar silencio a cambio de un asilo temporal en Rusia hasta que consiga un salvoconducto o una vía de escape para llegar a América latina.
Miradas al sur
14-JUL-2013

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