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La muerte de Xavier Vinader

El último cartucho de un periodista

Xavier Vinader saltó a la fama internacional en 1981 cuando en una serie de notas de investigación publicadas en la revista Interviú, reveló que el gobierno de Felipe González había lanzado una guerra sucia y clandestina contra los separatistas vascos. Felipe González, que –entonces como ahora–, había acuñado la teoría que el Estado de Derecho también se defiende en las cloacas, había dado la luz verde para los GAL, que no eran otra cosa que la versión española de la Triple A de Argentina.

Walter Goobar
Como periodista de investigación y corresponsal de guerra, el catalán Xavier Vinader se hizo conocido por sus coberturas de la invasión soviética en Afganistán, la Revolución de los Claveles en Portugal y sus investigaciones sobre el submundo de la corrupción policial en la España posfranquista, pero su nombre saltó a la fama internacional en 1981 cuando en una serie de notas de investigación publicadas en la revista Interviú, reveló que el gobierno de Felipe González había lanzado una guerra sucia y clandestina contra los separatistas vascos. Felipe González, que –entonces como ahora–, había acuñado la teoría que el Estado de Derecho también se defiende en las cloacas, había dado la luz verde para los GAL, que no eran otra cosa que la versión española de la Triple A de Argentina.
Vinader realizó aquellas revelaciones partiendo de los datos que le facilitó un ex policía nacional que se infiltró en esos grupos. Unas semanas después de publicarse los reportajes en Interviú, ETA atentó contra dos parapoliciales, uno de los cuales aparecía en el reportaje. Y eso fue el detonante del proceso judicial que acabó en una condena de siete años de cárcel, por el delito de imprudencia temeraria. Mientras los GAL siguieron exterminando nacionalistas vascos, Viander tuvo que exiliarse y no pudo volver a España hasta 1984.
Tuve el privilegio de convertirme en su amigo –o, mejor dicho, cómplice– durante el exilio de ambos en Estocolmo, Suecia, y recuerdo que este maestro del periodismo a quien una poliomelitis infantil le habían dejado el cuerpo y la picardía de un gnomo exclamó: “!Ya no me quedan cartuchos!”, cuando recibió la noticia que el Tribunal Supremo había rechazado su apelación. Antes de ser indultado tuvo que pasar tres meses en la prisión de Carabanchel; sin embargo, mientras estaba en Estocolmo descubrió a un oficial marroquí, refugiado en Suecia, que participó en dos complots contra el Rey de Marruecos.
Nuestra colaboración se prolongó a lo largo de los años. Y cuando el presidente boliviano Evo Morales sufrió un intento de asesinato fue Xavier quien identifico a uno de los autores: el mercenario húngaro-boliviano Eduardo Rózsa Flores, de quien Vinader conocía vida y milagros.
“Comencé a saber de Eduardo Rózsa Flores, nacido en Cochabamba, de padre húngaro exiliado y madre boliviana, durante mi etapa de presidente internacional de la organización Reporteros Sin Fronteras (RSF). Eduardo Rózsa Flores había sido reclutado en 1991 por Ricardo Estarriol –corresponsal histórico de La Vanguardia en Viena y miembro destacado del Opus Dei–, como springer para informar de la guerra en Croacia que acababa de empezar. Y Flores –todo el mundo le llamaba así– empezó a enviar crónicas y crónicas hasta que un día los integrantes de la sección de Internacional del diario barcelonés lo vieron, en una foto de agencia, encima de un tanque croata, vestido con un traje de camuflaje y armado hasta la coronilla. Se quedaron de piedra. Su corresponsal, sin decir nada a nadie, había colgado la pluma y se había alistado junto a los croatas como mercenario”, escribió Vinader.
Hace un par de semanas, una neumonía acabó con la vida de Vinader. Su amigo y columnista del diario La Vanguardia Gregorio Morán sostiene que su muerte, casi una agonía desde hace años, convierte la trayectoria de su vida en una metáfora. La metáfora del periodismo de investigación, ese árbol desaparecido del paisaje mediático español y que no cabe confundir con el periodismo de denuncia.
En una conmovedora necrológica, Morán rememora el paso de ambos por varias redacciones: “Veníamos de dónde veníamos y la obsesión periodística del momento consistía en desenmascarar las tramas de extrema derecha vinculadas a los aparatos del Estado, ya fueran los servicios de información, la Guardia Civil o la judicatura. Fueron un puñado de jóvenes periodistas, como Xavier Vinader, quienes asumieron una tarea en la que les podía ir la vida cuando apenas tenían 30 años. Pero ocurría que conforme la Transición se consolidaba, se reducían los márgenes para la investigación de los lados oscuros del Estado, tan heredero del pasado que en ocasiones no se sabía donde acababa la legalidad y empezaba el terrorismo”.
Su pequeña estatura se compaginaba con un vigor que le permitía ir a la guerra en Afganistán y seguir exhibiendo una sonrisa casi permanente, un notable sentido del humor y una fe invulnerable en que el periodismo de investigación era necesario. Ni libros –apenas si escribió uno, que no era otra cosa que una larga entrevista a un confidente policial infiltrado en ETA– ni veleidades literarias. Lo suyo era el placer de saber atar cabos, hacer preguntas, leer atentamente cuanto libro apareciera en Europa o América latina que hablara sobre el asunto que le interesa: las tramas de la extrema derecha vinculadas siempre a los servicios policiales, militares o de información de los estados.
Morán se pregunta: “¿Por qué una metáfora y no un símbolo? Porque él vivió y sufrió el fin de un tipo de periodismo, el que investiga, al que ya los periódicos y los medios de comunicación han liquidado. Por una obviedad, ningún poder mediático tiene interés en que lo investiguen a él, y por tanto, cuanto menos se juegue con ese fuego mejor, lo ideal es apagarlo. Otra cosa son las denuncias de tal o cual hecho, cuidadosamente estudiadas para que no afecten a los promotores. El periodismo de investigación sólo tiene cabida ya, me estoy refiriendo a España –aclara Morán–, en el campo editorial. Haciendo libros, pero ya es otra cosa. La estructura de un texto es muy diferente a la de un artículo; su público también. El periodismo de investigación se acabó, al menos entre nosotros, queda sólo una especie de rescoldo, de fuego vivo y discreto, pero cargado de temeridad: los fotógrafos. Ellos se han convertido en los nuevos narradores de una realidad que de otra manera no hubiéramos conocido”.
Miradas al Sur
26 de Abril de 2015

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