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Los condenados del Mediterráneo

Pareciera que fue ayer cuando la fotografía de Aylan Kurdi, el niño sirio que apareció ahogado en las playas de Turquía en septiembre de 2015 recorrió las portadas de los diarios de todo el mundo y se convirtió en un símbolo de la tragedia que padecen cientos de miles de refugiados que arriesgan la vida en busca de un futuro. Ahora, una organización humanitaria distribuyó otra foto, la de un bebé ahogado en el mar entre Libia e Italia. El rescatista lo acuna como si estuviera dormido.

WALTER GOOBAR
Pareciera que fue ayer cuando la fotografía de Aylan Kurdi, el niño sirio que apareció ahogado en las playas de Turquía en septiembre de 2015 recorrió las portadas de los diarios de todo el mundo y se convirtió en un símbolo de la tragedia que padecen cientos de miles de refugiados que arriesgan la vida en busca de un futuro. Pero aquella imagen -destinada a despertar conciencia sobre la mayor catástrofe humanitaria de nuestro tiempo-, se la tragó nuevamente el Mediterráneo. Ahora, una organización humanitaria distribuyó otra foto, la de un bebé ahogado en el mar entre Libia e Italia. El rescatista lo acuna como si estuviera dormido¨: "Tomé el brazo del bebé (para sacarlo del agua) y de inmediato protegí el pequeño cuerpo en mis brazos, como si aún estuviera vivo (...), el sol brillaba en sus ojos inmóviles", recordó el rescatista de la organización alemana Sea-Watch.
El bebé, que parecía no ser mayor de un año, fue sacado del mar tras naufragar el barco de madera en el que viajaba junto a otros cientos de inmigrantes, en una semana en la que más de 700 personas habrían muerto en el mar, según indicó ACNUR, la agencia de Naciones Unidas para los refugiados.
Poco se sabe acerca de cómo muchos hombres, mujeres y niños han perdido la vida en su viaje a Europa, y poco se ha hecho para ayudar a los inmigrantes procedentes de las guerras de Siria y Libia, creadas y financiadas por los Estados Unidos, la Unión Europea y sus socios regionales: Turquía, las monarquías del golfo e Israel.
Existen ocho rutas de tránsito, pero el proyecto The Migrants Files indica un claro incremento de los inmigrantes que han decidido utilizar las dos más peligrosas.
La ruta que cruza el Mediterráneo desde Libia y Túnez hasta Italia y Malta, denominada Ruta Central del Mediterráneo, y la que pasa por Turquía, denominada ruta del Mediterráneo del Este, son las más frecuentadas en los últimos dos años. A mitad del año, ambas se convierten en puntos calientes de entrada de inmigrantes a Europa.
La Ruta Central del Mediterráneo es la que siguen los flujos migratorios procedentes de África del Norte hacia Italia y Malta a través del Mar Mediterráneo. Aquí, Libia menudo actúa como punto de unión donde los migrantes de la región del Cuerno de África y de África Occidental se reúnen antes de emprender su viaje hacia la Unión Europea.
Solo en lo que va del año, tras el pacto entre la Unión Europea y Turquía puesto en marcha el 20 de marzo último, la llegada de refugiados al sur de Italia, alcanzó a 37785. En el mismo periodo 1370 refugiados han muerto en el intento según cifras de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
Como señala el analista Guadi Calvo, "es paradójico que la misma Europa que secuestró, humilló, transportó y vendió en los mercados esclavistas europeos y americanos a más de 100 millones de africanos durante más de cuatro siglos, hoy blinde sus fronteras para evitar que los descendientes de aquellos esclavos con que se amasaron ingentes fortunas inglesas, belgas, holandesas, francesas, portuguesas y españolas no puedan llegar a sus costas".
En estos momentos más de 800 mil seres humanos, el mayor flujo migratorio africano moderno, se encuentran esperando un lugar en cualquier barcaza desvencijada que leve anclas desde un puerto libio y ponga proa a Italia, aunque en muchos casos el verdadero destino sea el fondo de un mar repleto de fantasmas.
Después de cada naufragio, se repite el ritual en el que parte una procesión de ataúdes sellados, algunos blancos, sin nombre: " nuerto número 54, mujer, probablemente 20 años. Muerto número 11, hombre, probablemente tres años..." Son seres sin nombre ni historia, ninguna canción eternizará su viaje a la muerte, ni nadie hará una película de esos seres valientes y desesperados que se lanzan a los mares indomables huyendo de guerras, hambrunas, persecuciones políticas, étnicas, religiosas, de género, víctimas de políticas de sus gobiernos o de las pulseadas entre las grandes potencias mundiales por expolio de sus inmensos recursos naturales. De las borrosas imágenes de cualquiera de esos naufragios salen a flote historias como la de Fátima, mujer somalí de 26 años que viajaba con su hijo Ahmed de 5 años. Su país ha sido declarado como "Estado fallido", desfallece de hambre sobre inmensas reservas de uranio, oro, petróleo, gas, bauxita y cobre. Ahmed, niño de ojos grandes de 10 años, otra víctima, era huérfano al igual que varios millones de pequeños somalíes. No quería convertirse en uno de los 500 mil niños que viven en las calles del país, o verse obligado a trabajar jornadas interminables a cambio de un plato de comida, con palizas y abusos sexuales de postre, o convertirse en soldado o esclavo en el "mercado libre" del capitalismo global que ofrece "niños a la carta" a las empresas de todo tipo. Ahmed, que al embarcarse pensó que se había librado de tal destino, se encuentra ahora en el fondo del mar. Otro rostro es el de Abeba, mujer de la tierra del café, Etiopía: tenía la espalda destrozada por llevar carga pesada durante horas. Se lanzó a esta aventura llevando consigo a su sobrina Hakima, de 7 años, uno de los cuatro millones de niños huérfanos etíopes. El sueño de Abeba era salvarla de la desnutrición severa que mata a miles de niños en ese país, que un día de 1974 se declaró socialista tras derrocar al dictador Haile Selassie. El gobierno militar de Haile Mariam, con el apoyo de la Unión Soviética y Cuba, realizó la reforma agraria, declaró universal y gratuitas la educación y la sanidad, y miró por los derechos de la mujer y de las minorías étnicas. Sus recursos como el oro, gas natural, tantalio, y mármol, por fin iban a servir al rescate de sus propietarios. Los errores del gobierno, las terribles sequías de los años '80 que mataron a cientos de miles de personas, junto con las provocaciones de EE UU que armaba a los rebeldes (quienes destinaban las ayudas internacionales contra el hambre a la compra de armas) desde Eritrea, ralentizaron este avance hasta ser paralizado con la caída de la URSS. Una situación parecida a la de Afganistán, país del que han huido seis millones de personas en las últimos tres décadas. Al final el Mar "rojo" no hizo gala de su nombre y Washington consiguió apoderarse del control del país y su privilegiada ubicación. Hoy, a pesar de ser una economía en bancarrota, y con medio millón de niños en riesgo inminente de morir, el gobierno gasta millones de dólares en la compra de armamento de última generación a Ucrania. En las barcazas también suele haber pasajeros de Malí, invadido por la OTAN, tierra de petróleo, oro y uranio, donde la esperanza de vida es sólo de 37 años, o de Nigeria, el séptimo productor mundial de petróleo. Las potencias neocoloniales se están llevando el oro, el coltán, el hidrocarburo y otros recursos, y a cambio les envían aviones cargados de armas. Europa debería mirarse a la cara en los rostros de esos niños, de esas mujeres embarazadas y de esos hombres que han encontrado sepultura en las aguas del Mediterráneo para huir de su destino infernal.
Para costear un incierto y riesgos pasaje que los saque de la barbarie la guerra, muchos sirios no vacilan en vender un riñón o una córnea a las mafias del tráfico de órganos. En diciembre pasado, la Policía turca anunció la detención del veterano traficante israelí Boris Volfman, fichado años atrás en su paso por Kosovo, Azerbaiyán y Sri Lanka. Estaba convenciendo a los refugiados sirios para vender sus órganos.
Según revela la politóloga Nazanim Armanian en Público.es, en Beirut, un tal Abu Hussein, conocido como el ‘Gran Hombre’, dirige la compra de riñones, que antes eran extraídos de palestinos y ahora de sirios y afganos. Un riñón se cotiza hoy en el mercado negro en 85.000 dólares, de los que sólo 2.000 van al donante y el resto va directamente a las cuentas bancarias de los traficantes de órganos.
Armanian señala que de este negocio también se han beneficiado los diferentes grupos terroristas, como el llamado Estado Islámico, que operan en la zona. Este grupo ejecutó en 2015 a 12 médicos iraquíes por negarse a extraer los órganos de los cuerpos de las personas que habían sido previamente asesinadas.
Con la crisis económica en el Viejo Continente, las condiciones de vida y las penurias de los inmigrantes se barren bajo la alfombra, mientras se va restringiendo el derecho de asilo político y florecen los partidos abiertamente racistas que los persiguen a la luz del día. Allí, el nacionalismo xenófobo se ha convertido en moneda corriente, pero los condenados de la Tierra siguen afluyendo, como si el paraíso europeo tuviera también la virtud de esconder su cara infernal, como si, además, la esperanza de otra vida fuese más fuerte que la muerte.
La Tecl@ Eñe
04-JUN-2016

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