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Yerba Mate

La marihuana con fines terapéuticos y recreativos se vende en farmacias de Uruguay en paquetes de 5 y 10 gramos a un precio cercano al US$ 1,2 por gramo.

WALTER GOOBAR
Desde Buenos Aires
Para Caretas de Perú
Aunque no se exhibe en las vidrieras, la primera cosecha de marihuana producida por el Estado uruguayo con fines recreativos y terapéuticos se vende desde hace más de un mes en medio centenar de farmacias de ese país sudamericano. Para poder adquirir marihuana de forma legal -que se expende en paquetes de 5 y 10 gramos a un precio cercano a 1,2 dólares el gramo– el usuario debe figurar en un registro nacional.
Nada ni nadie hacía sospechar que Uruguay se iba a convertir en el primer país de América Latina en legislar la producción, comercialización y consumo de esta planta con raíces milenarias que durante siete décadas fue demonizada, prohibida y empujada a la clandestinidad por intereses económicos que nada tienen que ver con la salud de la población.
Lo cierto es que a principios del siglo XX, cuando la fibra de cáñamo era menos rentable que el algodón, la marihuana se publicitaba en los diarios como un cigarrillo contra el asma y la tos, pero bastó que alguien inventara una máquina que convirtió al cáñamo en más competitiva que el algodón, para que en 1937, el magnate algodonero y de la prensa estadounidense, William Randolph Hearst, lanzara una cruzada para convertir a la marihuana en una planta maldita. Los periódicos de Hearst instalaron la teoría de que los negros y mexicanos drogados con esta planta salían a cazar hijas de familias blancas para abusar de ellas. Así se logró su prohibición.
En 2013, el entonces presidente uruguayo José ‘Pepe’ Mujica (2010-2015), agitó el debate sobre la legalización del cannabis cuando, a finales de 2013, decidió que en su país daría vía libre al consumo de marihuana y sería el Estado quien lo regularía. El mundo miró al pequeño país entre el asombro y la crítica. También hubo quienes lo apoyaron e incluso una semilla de marihuana lleva el nombre del presidente, la Mujica Gold.

CON LICENCIA PARA PRODUCIR

En octubre de 2015, el nuevo gobierno encabezado por el oncólogo Tabaré Vázquez adjudicó a dos empresas privadas, las autorizaciones para producir marihuana para la venta mayorista a farmacias para la venta al público.
De las 22 empresas que se habían presentado para plantar la droga, fueron elegidas dos: Simbiosis, de capital uruguayo-argentino, y la otra, Icorp, de dueños uruguayos y extranjeros.
Las empresas se instalaron en el predio –propiedad del Estado– que se acondicionó en el departamento de San José, en el centro-sur del país, para comercializar el cannabis en farmacias que hayan obtenido la correspondiente licencia por parte del Instituto de Regulación y Control del Cannabis.
En la actualidad, las dos empresas licenciatarias –ICCorp y Simbiosys–, que desde febrero trabajan en los campos del Instituto de Regulación y Control del Cannabis, obtienen 300 gramos de cannabis por cada planta.

COMPETIR CON LOS NARCOS

El presidente de la Junta Nacional de Drogas (JND), Juan Andrés Roballo, anunció que las farmacias deberán tener un software de reconocimiento digital y lugares cerrados con seguridad, alejados del público, donde se almacenarán los hasta dos kilogramos de cannabis permitidos cada 15 días.
La ley aprobada en 2013 permite tres vías de acceso a la droga, excluyentes entre sí: cultivo de hasta seis plantas en el hogar, pertenencia a un club que producirá hasta 480 gramos anuales por persona o la adquisición de hasta 40 gramos mensuales en farmacias. En todos los casos los usuarios deben registrarse.
Hoy existen 15 clubes habilitados, poco más de 3.000 cultivadores registrados, según datos de la Junta Nacional de Drogas uruguaya.
Desde que se legalizó la producción y venta de cannabis, el número de ‘autocultivadores’ aumenta cada vez más al igual que la cantidad de jóvenes que lo consumen.
Según datos de la Junta Nacional de Drogas (JND), cerca de 1.300 personas se han inscrito como cultivadores, y existen unos 500 clubes cannábicos.
Sin embargo, estas cifras estarían lejanas de la realidad, según la Asociación de Estudios Cannábicos del Uruguay (Aecu), que estima que al menos 10.000 personas ya cultivan marihuana en sus casas.
El anterior presidente de Uruguay, Pepe Mujica, calificó la ley de “experimento” social, pero avalada por una investigación y escrutinio gubernamental también sin precedentes; no se trata de “abrir” el mercado del cannabis sino de arrebatarle los consumidores (mercado ya existente) al mercado ilegal, sin por ello entregarlos al “libre mercado”, que “buscaría vender tanto como fuera posible”.
En abril de este año, se cosecharon las primeras flores y, contra lo que muchos pensaban, la política de legalización no causó una avalancha de cultivadores ni tampoco de niños pidiendo marihuana a los revendedores. El gran interrogante de este experimento social es si se comprueba que el otro efecto del “porro” legal es también bajar el índice de asesinatos y la violencia narco.
Lo cierto es que el cultivo legal atenta contra el negocio narco. En abril pasado la revista Time reveló que la legalización de la marihuana en casi la mitad de los distritos de Estados Unidos mermó las ganancias y la actividad de los carteles mexicanos dedicados a vender cannabis. Un golpe directo a un negocio cuya guerra por el territorio deja además miles de muertos por año.
Después de la decisión de Uruguay en 2013, la legalización de la marihuana ha comenzado a tener eco en América Latina. En octubre de 2015, Chile se convirtió en el primer país de la región en permitir el cultivo con fines terapéuticos, aunque se la sigue considerando una droga dura.
Un proyecto de ley busca despenalizar su cultivo para uso personal. En Colombia, el congreso debate un proyecto para su uso médico, que cuenta con el apoyo del presidente Juan Manuel Santos.
En Argentina se ha discutido un proyecto de ley para despenalizar el cultivo para uso personal, pero es más probable que prosperen los referidos a la legalización con fines terapéuticos.
El uso de la marihuana acompañó a maestros, curanderos y chamanes desde tiempos inmemoriales. El primero que la mencionó es el emperador chino Shen Nung en el herbario Pen Ts’ao Ching, un libro publicado hace más de 5.000 años, perdido y vuelto reconstruir por la dinastía Han unos dos siglos antes de Cristo. Las culturas ancestrales no dividían -como hacen las legislaciones modernas- entre los usos medicinal y recreativo. En su farmacopea, Nung la recomendaba para “debilidad femenina”, gota, reumatismo, malaria, constipación, beriberi o problemas de concentración, entre otros.
Hasta 1964 todo lo que había era conocimiento chamánico y empírico. A partir de ese año, empezó a comprenderse cómo afecta la química de la planta. Fue cuando el científico israelí de origen búlgaro Raphael Mechoulam logró sintetizar su composición química y descubrió el THC, la molécula de la psicoactividad, y el CDB, o cannabidiol, que no tiene efectos psicoactivos pero es clave para el uso medicinal. Casi 30 años más tarde su equipo protagonizó otro hallazgo todavía más asombroso: aisló la sustancia química producida por nuestro cuerpo que se une al mismo receptor del cerebro que el THC. Al primer endocannabinoide, Mechoulam lo nombró “anandamida”, una palabra del sánscrito que refiere al “deleite supremo”. Luego aparecerían más. Los endocannabinoides forman parte de la comunicación intercelular, una posible versión evolucionada del sistema de las plantas, que actúa como lo hacen las endorfinas, la dopamina o la serotonina. Hacer ejercicio o salir a correr, explica Mechoulam, aumenta los niveles de endocannabinoides, que son importantes para la memoria, el equilibrio, el movimiento, la salud inmunológica y la neuroprotección. (W.G.)
Revista Caretas de Perú
(Edición 2453, Sección Salud)
http://caretas.pe/Main.asp?T=3082&id=12&idE=1276&idSTo=374&idA=76681#.V9Hc_mYlvIU

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