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Orlando Barone 

El debate imposible

Una reflexión sobre el frustrado debate entre
Mario Vargas Llosa y Hugo Chávez

Por Orlando Barone 
Periodista  y escritor
Se suspendió: no se hace. Tantos sponsors y cesó sin estrenarse. Por eso no sé si se justifica el insoluble debate mediático acerca de posiciones opuestas y tajantes: las de la izquierda y la derecha. Pero sobre esa discordia se trató el alboroto que causaron esta semana tres frecuentes showman del género ideológico.  Género paradójicamente maltratado por considerárselo erróneamente anacrónico, pero que en el caso de los Vargas Llosa padre e hijo, y de Hugo Chávez, adquiere milagrosamente la frescura de un estreno. Aunque de género nostálgico y menor dada la intensa expectativa dramática y tan ligero desenlace.
Es que uno de los más refinados príncipes de las letras, el autor de La ciudad y los perros, por ejemplo; su hijo, un ya crecido principito del escándalo, y coautor del Manual del perfecto idiota latinoamericano que como un perfecto búmeran se le vuelve bastante autoreferencial; y el presidente más teatrista de latinoamérica, el más gracioso de motu proprio, nos procuraron durante estos días un entretenimiento político superior al del exitoso sainete de Gran Cuñado. Para que esto ocurriera debieron coincidir en escena los siguientes actores: Álvaro Vargas Llosa demorado burocrática-intencionadamente en el aeropuerto de Caracas, llegado como viajero para participar de un encuentro de líderes e intelectuales de derecha (de derecha derecha al fondo a la derecha); el presidente de Venezuela –de izquierda y pro cubano increscendo– protagonizando un maratón de cuatro días a través de la cadena de radio y televisión nacional; y el gran escritor peruano-español-global, anticastrista y antipopulista Mario Vargas Llosa, también obligado un día después que su hijo a hacer una pausa más larga en migraciones del mismo aeropuerto.
Allí se le advertía que no era conveniente que hiciera declaraciones políticas contrarias al gobierno bolivariano. No hizo falta más. La prensa internacional atraída por el aura de los dos damnificados en su libertad de movimiento durante una hora y media o dos, se lanzó en su socorro moral. El nombre de Chávez, el instigador de la esporádica censura, ya moldeado como un estereotipo histriónico que él sobrealimenta sin pudor, se derramó por la cadena mediática como si se tratara de un dictador troglodita. La demora en migraciones empieza a ser fabulada como detención o retención. Y hay quienes la calificaron con desmesura fanática de privación de la libertad. Y hasta diciendo que los tuvieron presos.
Los rostros sonrientes de los presuntos cautivos y sus declaraciones públicas, protestando por su situación y difundidas a todo el mundo contradecían o aligeraban la supuesta gravedad del cautiverio. Y daban la impresión de estar disfrutando de una inesperada promoción. A su vez el provocador del revuelo (como si esa hubiera sido la intención) y sin dejar de hablar maratónicamente, desafiaba a los Vargas Llosa a un debate con intelectuales venezolanos. Chávez también lucía como si el escándalo lo estuviera disfrutando. Imagino a Sarkozy y Berlusconi (antes a Aznar) deseando ser ellos los involucrados en la trama. Mientras tanto aquí en la Argentina, y con mayor fruición que en otras partes, la prensa independiente, la tribuna de doctrina y el periodismo puro imponían el relato oblicuo dependiente e impuro, por supuesto contra Chávez. Y buscando relacionar conspirativamente la política de izquierda venezolana, transgresora de la corriente occidental, con la de la Argentina, aprovechando el vínculo creciente de los Kirchner con Chávez.
La propuesta del debate en tanto, que hacía relamer al negocio mediático augurando un rating récord inesperado, se desvaneció porque Mario Vargas Llosa, el contendiente invitado de más rango, no quiso debatir porque no participaba el invitador. “Yo soy el presidente, me abstengo”, se excusó éste.  El escritor, que como se sabe había sido candidato a presidente de Perú compitiendo sin suerte contra

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