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Un recuerdo como este, en un tiempo como este

Un periodista de Miradas al Sur evoca a su amigo Ricardo Levín, fusilado en Córdoba en 1975.

Walter Goobar
Querida Laura:
Querida Laura: lamento no haber podido estar ayer a tu lado, cuando se agregó en el mural de la Escuela Superior de Comercio Manuel Belgrano de Córdoba el nombre de tu hermano Ricardo Levín, ex alumno del colegio fusilado por la policía de la provincia de Córdoba. No necesito decirte que, para mí, Ricardo era un hermano de la vida, al igual que ahora lo sos vos. Con Ricardo compartimos los juegos de la infancia, la fascinación por las novelas de Verne y Salgari, y las travesuras en las soporíferas siestas cordobesas que incluyeron la expropiación de un par de kilos de ciruelas del árbol de un vecino bajo el convincente pretexto de que era militar. En la primaria nos disputamos los favores de las mismas chicas y, cuando rendimos el ingreso para el Belgrano, él estuvo entre los mejores promedios y yo entre los más bajos, pero mantuvimos siempre un cabeza a cabeza a la hora de devorar todo los libros que se cruzaran en nuestro camino.
 En la calle, cursamos las mismas materias extracurriculares: el Onganiato, la muerte del Che, el Cordobazo, el sindicalismo clasista de Agustín Tosco, el surgimiento de la guerrilla, el retorno de Perón y la masacre de Trelew –aquel 22 de agosto de 1972 en que la Marina fusiló a presos yo caí preso por primera vez–. No fue una obra de la casualidad o del azar que en esa misma fecha, tres años después, mataran a Ricardo. Nuestras historias y nuestros destinos se entrecruzaron siempre de tal forma que ambos perdimos a nuestros padres con poco tiempo de diferencia y ambos renunciamos simultáneamente a seguir las carreras que –por mandato familiar–, estçabamos cursando: él Ingeniería y yo Arquitectura y Medicina, para inscribirnos en Periodismo y –simultáneamente– abrazar la militancia política.
 Han pasado 36 años desde aquel fatídico 22 de agosto del ’75 en que murió Ricardo, pero tengo congelada en mi memoria nuestro último y brevísimo encuentro, la noche anterior a su muerte. “Si podés, no salgas mañana, y menos en moto”, le advertí. Él no se inmutó ni me preguntó nada. Me respondió con una sonrisa burlona en la que se combinaban años de complicidad, indulgencia ante mi transgresión de la disciplina y el secreto, junto con la traviesa idea de que nuestras vidas no valían nada frente a una causa noble como aquella por la que peleábamos. Recuerdo ese instante en que nos despedimos. Él se subió a la moto, y yo me sentí muy solo.
 Algunos, Laura, pensaran que 36 años es demasiado tiempo para colocar una placa o rendir un homenaje que debería haberse realizado mucho antes. Tal vez tengan razón, pero de todos modos creo que este es el mejor momento para ese tardío homenaje porque Ricardo estaría feliz por el simple hecho que su nombre no sea asociado a la tristeza y al dolor del pasado, sino a la alegría y las renovadas expectativas de cambio que vive la Argentina actual. Pese al dolor que representó su muerte para una hija que no llegó a conocer, para su madre Lilí, para vos y tus otros hermanos Enrique y Daniel, me atrevo a decir que un rebelde como Ricardo no hubiera querido tener un lugar en la antología del llanto. Puesto a elegir, hubiera preferido un recuerdo como éste, en un momento como éste, clavado en la historia viva de su tierra. En el tiempo transcurrido –aquí y en el exilio–, he reflexionado mucho sobre la muerte de Ricardo y la de tantos otros. Más de una vez me he preguntado si él hubiera tenido otro camino. Confieso que no lo sé. La respuesta más adecuada la dio Rodolfo Walsh a propósito de la muerte de su hija Vicky. Las palabras de Walsh para Vicky, valen para Ricardo: “Pudo elegir otros caminos que eran distintos sin ser deshonrosos, pero el que eligió era el más justo, el más generoso, el más razonado. Su lúcida muerte es una síntesis de su corta, hermosa vida. No vivió para ella: vivió para otros, y esos otros son millones.”
 Un fuerte abrazo, Walter .
Miradas al Sur
1/-12-2011
 

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