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Hoover, el guardián de los secretos

Implacable perseguidor de ­comunistas, feministas, defensores de los derechos civiles, activistas negros e intelectuales, J. Edgar Hoover condujo con mano de hierro el FBI desde 1924, cuando tenía escasos 29 años de edad, hasta su muerte en 1972, un período en el que la Casa Blanca tuvo ocho ocupantes distintos, pero ninguno de ellos se atrevió a destituirlo.

Walter Goobar
Para Tiempo Argentino
Cerca de la Casa Blanca, se levanta un edificio de hormigón macizo y de pésimo gusto que alberga el cuartel general del FBI, el centro neurálgico del sistema de vigilancia y control que desde las sombras signó la vida de la sociedad estadounidense. Por decisión de Richard Nixon, el edificio lleva el nombre de J. Edgar Hoover, ese tenebroso personaje que dirigió durante casi medio siglo ese organismo policial del gobierno federal de los Estados Unidos. El implacable FBI –que a lo largo de su historia fue incapaz de prevenir los asesinatos de John F. Kennedy, de su hermano Robert, del líder por los derechos civiles Martin Luther King, y más recientemente de impedir los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York, sólo muestra su eficiencia cuando se trata de perseguir hasta los confines de la Tierra a quienes descargan música y películas de manera ilegal–, es aún hoy un producto de la mentalidad paranoica de J. Edgar Hoover.
Hoover, cuya descafeinada biografía, dirigida por Clint Eastwood e interpretada por el carilindo Leonardo Di Caprio,   se estrena en estos días en los cines argentinos, condujo con mano de hierro el FBI desde 1924, cuando tenía escasos 29 años de edad, hasta su muerte en 1972, un período en el que la Casa Blanca tuvo ocho ocupantes distintos, pero ninguno de ellos se atrevió a destituirlo.
A cada presidente que accedía al poder, Hoover le mostraba el frondoso prontuario que poseía sobre él: “Si usted me desplaza, la sociedad americana se va a enterar de todo esto que usted ha hecho y creía que era secreto. Lo era y lo es. Pero no para mí. No hay cosa que yo no sepa. Es mi trabajo.”
Políticos, banqueros, empresarios, directores de periódicos y estrellas de Hollywood, todos tenían su legajo en la oficina de Hoover. A comienzos de 1960, los hermanos Kennedy quisieron deshacerse de él, pero no pudieron: el director del FBI lo sabía todo sobre las andanzas amorosas del presidente JFK, y, por supuesto, tenía las pruebas.
Patriotero y derechista, antisemita misógino y homófobo, Hoover fue quien incorporó las nuevas tecnologías del siglo XX a la acción investigadora del FBI: huellas dactilares, fotografía y cine, grabación de conversaciones, escuchas telefónicas, e incluso la lista de los diez criminales más buscados.
Escritores como Ernest Hemingway, Arthur Miller, Tennessee Williams, Erskine Caldwell, Sinclair Lewis, William Saroyan y muchos otros estaban en la mira del mandamás del FBI. Truman Capote, otro de los blancos preferidos de Hoover, fue uno de los primeros en nutrir el rumor sobre la homosexualidad del jefe del FBI y la pareja que formaba con su adjunto Clyde Tolson. El autor de A sangre fría y Desayuno en Tiffany anunció que escribiría una novela titulada Johnny and Clyde. Pero el libro nunca salió a la luz.
Muerto Hoover en 1972, sus archivos, sus dosieres, sus fichas fueron destruidos por su fiel secretaria; el camino estaba libre para todos los escritores. El hombre de los complots y de los micrófonos ocultos empezó a figurar como personaje de libros; por ejemplo en alguna obra de Robert Ludlum y Dan Simmons.
En Los piratas de la noche, el autor del cultísimo Hyperion imagina que en 1942 Hoover envía a uno de sus agentes a verificar la peligrosidad de Ernest Hemingway y su banda de piratas que transcurren sus días cazando submarinos alemanes a lo largo de las costas de Cuba.
Pero el que más ha desarrollado el personaje seguramente es James Ellroy en su trilogía sobre los años 1958 a 1968 (American Tabloid, American Death Trip  y Underworld USA). Al tratar los asesinatos de JFK, de Martin Luther King, de Bob Kennedy, de la operación de Bahía de Cochinos o de otros escándalos, Ellroy pone al director del FBI en el centro de todas las conjuras.
En nombre de la seguridad nacional, el secretario de Justicia Robert Kennedy autorizó al FBI a intervenir los teléfonos de Martin Luther King y sus colegas. Hoover estaba convencido de que el movimiento por los derechos civiles había sido infiltrado por los comunistas. “Hoover odiaba a King”, sostiene Arthur Murtagh, un agente del FBI de Atlanta. “Pertenecía a la cultura sureña de los Estados Unidos. En esa sociedad, se creía tanto a nivel religioso como político que la igualdad entre negros y blancos era inconcebible. Hoover asignó agentes del FBI para escuchar las conversaciones telefónicas de King las 24 horas del día.” “Había rumores sobre su vida personal. Pero no teníamos datos concretos que indicaran que King era comunista”, añade Murtagh.
La obsesión paranoica y retorcida que converge en la mayoría de los libros y novelas que se han escrito sobre él, le hizo decir a Norman Mailer en 1993: “Hoover ha hecho más mal a los Estados Unidos que José Stalin.”
Implacable perseguidor de rojos ­comunistas, anarquistas, socialistas, progresistas, liberales, feministas, defensores de los derechos civiles, activistas negros e intelectuales, Hoover fue muy benévolo con la Mafia, y eso se ha atribuido a que los capos del crimen organizado tenían a su vez fotos comprometedoras del jefe  del FBI.
La benévola revista Time resumió el “triple enigma” que constituye este personaje que durante casi medio siglo fue el más poderoso “guardián y comerciante de secretos de Estado, que atesoró celosamente el secreto de su presunta homosexualidad y que contempló tan levemente su propia alma que fue un secreto hasta para sí mismo.”
El último siglo de historia de los EE UU es el del permanente viraje a la derecha de una superpotencia que se va haciendo vieja y temerosa. Comenzó con la persecución de comunistas –reales o inventados– de los años ’20 que dio lugar a la ejecución en la silla eléctrica de Sacco y Vanzetti , y siguió en 1950 con la inquisitorial caza de brujas del senador Joe McCarthy.
En 2010, el FBI contaba con 33.925 funcionarios y un presupuesto anual de 7900 millones de dólares. Una prueba de que el espíritu de Hoover sigue vivo y coleando, es que en los últimos tiempos, el FBI puso en marcha un programa de identificación biométrica que incluye sistemas de reconocimiento facial y del iris. Gran Hermano ya tiene fichadas a más de 100 millones de personas en su base de datos de huellas digitales (IAFIS), pero eso es insignificante al lado del programa Next Generation Identification. El NGI incorpora escaneos de iris, reconocimiento facial, huellas de las palmas de las manos, grabaciones de voz y mediciones de modos de caminar, amén de hacer más efectivos los clásicos registros de huellas, cicatrices, tatuajes y color de cabello y ojos. Hoover está más vivo que nunca y no precisamente gracias a Eastwood y Di Caprio.
El semanario francés Le Nouvel Observateur no cree que sea un producto del azar o de la casualidad que Clint Eastwood haya decidido abordar el personaje de Hoover cuando se cumple el décimo aniversario de la cárcel ilegal de Guantánamo. “La afirmación de que el enemigo está en todas partes”, escribe el semanario, “abre la puerta a todas las maquinaciones autoritarias.”
Riempo Argentino
25-01-2012

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