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EL DISCURSO BELICO DE OBAMA

El síndrome de Mambrú

La opción militar contra Irán ha sido una de las grandes obsesiones presidenciales norteamericanas desde noviembre de 1979, fecha en que comenzó la crisis de los rehenes en la embajada estadounidense en Teherán. Desde entonces, cada inquilino que llegó a la Casa Blanca ha alertado que la guerra contra Irán es inminente, esencial, viable e, incluso, deseable.

Walter Goobar
La opción militar contra Irán ha sido una de las grandes obsesiones presidenciales norteamericanas desde noviembre de 1979, fecha en que comenzó la crisis de los rehenes en la embajada estadounidense en Teherán. Desde entonces, los juegos de guerra del Pentágono se han centrado principalmente en Irán y cada inquilino que llegó a la Casa Blanca ha alertado que la guerra contra Irán es inminente, esencial, viable e, incluso, deseable. Desde entonces, los portaaviones estadounidenses han estado en la zona o bien han estado preparados para encaminarse allí. Por diferentes motivos, Jimmy Carter, Ronald Reagan, Bill Clinton y la dupla de los Bush buscaron cobrar revancha por aquel episodio que para el imaginario norteamericano significó la segunda derrota más humillante después de la guerra de Vietnam. Barack Obama parece no apartarse de esa tradición que podría ser bautizada como el síndrome de Mambrú: en el informe sobre el Estado de la Unión que pronunció el pasado martes, el presidente desempolvó el discurso guerrerista, amenazador y triunfalista que arrancó una ovación clamorosa y sostenida del Congreso estadounidense. La propuesta de guerra contra Irán no sólo parece una alternativa viable en el Capitolio, sino que conserva cierto atractivo popular. Para un presidente estadounidense al que espera una ardua campaña de reelección, hablar de guerra es abreviatura de fuerza y determinación personal. Indica apoyo al ejército en un momento en que los recortes en gastos de defensa son esenciales, y zanja profundas divisiones partidistas en Washington, aun cuando sólo sea momentáneamente. Por otro lado, el discurso de guerra tranquiliza a la dirección del Likud israelí porque le indica que sigue ejerciendo una influencia inmensa en la toma de decisiones políticas estadounidenses.
 Al igual que en la era Reagan, el lenguaje belicista del presidente Obama está cuidadosamente camuflado para que suene multilateral. No sólo engloba a los aliados estadounidenses tradicionales en Medio Oriente, sino también a los de Europa. Esta semana, los ministros de la Unión Europea han acordado en Bruselas imponer un embargo de petróleo a la república islámica. La posición oficial de los aliados transatlánticos es que Teherán debe ser castigada por perseverar en su afán de desarrollar armamento nuclear. El castigo: sanciones contra las exportaciones de petróleo persa, que pretenden aislar a Irán y hacer bajar el valor de su moneda hasta el punto en que el país se desmorone.
 Obama supone que una república islámica castigada cederá fácilmente a las presiones para detener su programa nuclear. Nada más peligroso que esa lógica: sería bueno que el Nobel de la Paz recordara que el discurso de guerra –esgrimido desde 1979– no ha conseguido doblegar a la república islámica ni producir un cambio de régimen. Todo lo contrario: hoy domingo, el Majlis (parlamento iraní) discutirá la propuesta de cancelar de inmediato todas las exportaciones de petróleo a todo país europeo que apoyó el embargo, según Emad Hosseini, relator del Comité de Energía del Majlis. Y eso llega con una apocalíptica advertencia de Nasser Soudani, un miembro del parlamento iraní: “Europa arderá en el fuego de los pozos petroleros de Irán”.
 Según explica el periodista Pepe Escobar en la revista digital Asia Times Online, Soudani expresa los puntos de vista de todo el establishment de Teherán cuando dice que “la estructura de sus refinerías (europeas) es compatible con el petróleo de Irán”, y por lo tanto los europeos no tienen ninguna alternativa de reemplazo; el embargo “causará un aumento en los precios del petróleo y los europeos se verán obligados a comprar petróleo a precios superiores”; es decir, Europa “tendrá que comprar petróleo iraní indirectamente y a través de intermediarios”.
 Por lo tanto, si se aprueba la iniciativa del Parlamento iraní las economías europeas que ya están en bancarrota se verán obligadas a seguir comprando petróleo iraní, pero ahora tendrán que comprarlo a los intermediarios.
 No es sorprendente que los perdedores en estas tácticas de la Guerra Fría aplicadas de modo anacrónico a un mercado abierto global sean los propios europeos. Según Escobar, Grecia –que ya se enfrenta al abismo– ha estado comprando petróleo fuertemente rebajado de Irán. Sigue existiendo la posibilidad de que el embargo del petróleo precipite un default de los bonos del gobierno griego –e incluso un catastrófico efecto de cascada en la eurozona: Irlanda, Portugal, Italia y España, serán los más afectados.
 La semana pasada, el portaaviones estadounidense Abraham Lincoln se reincorporó a la V Flota del Golfo Pérsico. Su presencia garantiza que el estrecho de Ormuz siga abierto y recuerda al gobierno iraní que se puede llevar a cabo un ataque devastador con misiles Tomahawk. Durante la guerra de Irak, el Abraham Lincoln realizó 16.500 misiones en Irak y Afganistán.
 El presidente Obama y la secretaria de Estado Clinton harían bien en recordar que el régimen iraní tiene un historial demostrado de resistencia a la guerra prolongada. De hecho, muchos de sus instrumentos de poder coercitivos y propagandísticos se crearon en la década de 1980 durante los ocho años de guerra contra Irak. Esas redes de poder –que al igual que en el caso de EE.UU. no excluyen el terrorismo–, siguen hoy a su disposición. Por otra parte, es altamente improbable que la opción militar provoque un cambio de régimen.
 Cuando el cambio de régimen deje de ser un objetivo encubierto o explícito del gobierno estadounidense, la república islámica se verá obligada a encarar a sus propios ciudadanos. Ya no será capaz de culpar a Estados Unidos de sus males económicos, ni a tomar medidas enérgicas contra los opositores del interior diciendo que son agentes de Estados Unidos o Gran Bretaña. El principal objetivo de la república islámica siempre ha sido mantenerse en el poder. Siempre ha reservado sus peores modales para el interior de su territorio.
 Tras una década de guerra en Afganistán, parece que la única estrategia de salida sensata para Estados Unidos pasa por negociar con los talibanes.
 Las guerras no son herramientas políticas eficaces. No son baratas ni fáciles. Las guerras no traen cambios de régimen; pueden desembocar en la muerte de dirigentes, pero no en cambios sustanciales en el gobierno ni en la sociedad. Pero, además, las guerras jamás traen la democracia.
Diario Miradas al Sur
29-01-2012

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